Tal vez por eso siempre esté de mal humor.
Su codicia la hace trabajar horas extra. Sus fiestas la desvelan hasta pasada la madrugada. Sus remordimientos le exigen quedarse despierta y matar el tiempo viendo todos los días la división de sus súbditos en bridge-and-tunnelers abandonando la isla con las miradas pérdidas después de haber trabajado en las minas de dólares de Manhattan, y happy few que se engañan creyendo ser protagonistas en un guión que sólo le pertenece a la aplastante, insaciable y sobrehumana Nueva York.
Pero siempre hay que sacrificarse para convertirse en el ombligo del mundo. Nueva York decidió matarse como ciudad para renacer como concepto autoreferenciado, alcanzar proporciones sobrehumanas y cubrirse de sombras metálicas y sombreros en forma de aguja. Sólo así logró volverse una ciudad de ciudades, una brújula para ricos y pobres, artistas y financieros, latinos y musulmanes, terroristas y activistas.
Pero la pócima que tomó para convertirse en Gran Manzana no logró exiliar a todos los neoyorquinos resistentes de su metamorfosis. Gracias a Jane Jacobs y miles de neoyorquinos, por algunas cuadras la ciudad de Nueva York se olvida de ser Gran Manzana y descansa infantil en los terrenos de Greenwhich, el Bowery y el Village, donde vuelve a tomar forma y voz de ciudad, dejando de lado por unos cientos de metros su agotante oficio de ser Referencia de tiempo completo.
Y al cederle un lugar a los añorantes de una Nueva York tersa, la Urbe de Hierro consiguió finalmente ser una gran manzana roja para todos los ojos.
1 comentario:
fantástica y poética descripción.
increíbles fotos.
gracias por hacerme viajar a ny una vez más, y darme cuenta por que me gusta tanto y no.
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