14 de octubre de 2007

Nuevo Centro Histórico


El viernes pasado se cumplió la fecha en que el GDF puso como plazo para la desocupación del centro histórico oriente por los ambulantes. Morbosamente atraídos por el caràcter dia-d-íco del 12 de octubre, mi jefe, mis cuates del trabajo y yo decidimos aprovechar para pasearnos por el la zona destinataria de las promesas gubernamentales, las protestas ambulantes y el escepticismo de muchos. Pero aparentemente, esta vez la promesa no fue llamarada de petate, y nos permitió contemplar el inimaginable espectáculo de ver la calle de Moneda completamente libre de gritos y vendimia, con un horizonte que se perdía hasta Circunvalación, esa mítico lugar que un día antes parecía más una leyenda para los que vivíamos de este lado de la ciudad. De la noche a la mañana, el Centro Histórico había doblado su tamaño, recuperado su fisonomía, y el Zócalo recuperaba su verdadera vocación como centro del centro y no como una especie de frontera incómoda entre dos puntos cardinales y sociales irreconciliables.

Tomamos Corregidora en dirección al zócalo, donde personal de la Dirección General de Servicios Urbanos comenzaba a reparar las luminarias. Al mismo tiempo, y como un cuerpo especializado de zapadores de avanzada, una escolta de barrenderos amarillos comenzó a caminar por Correo Mayor en dirección a Circunvalación. Más atrás le seguía otro agrupamiento de barrenderos vestidos de verde fosforescente, y caminando muy cerca de ellos, un desfile de barredoras mecáncias y atrás dos pipas de agua tratada. Inmediatamente después, el Jefe de Gobierno y sus secretarios entraban sin guardaespaldas ni policías por los Campos Elíseos de Ciudad Ambulante. Bajo la luz decreciente del atardecer en un día antichilangamente azul, la entrada del GDF a Correo Mayor tenía más aire de desfile de toma de posesión de una ciudad previamente sitiada que la de un mero programa de reordenamiento del comercio en la vía pública. No se puede dejar de lado la enorme incertidumbre sobre el desenlace de esta reubicación, sobre los acuerdos que haya implicado el retiro de las ambulantes, sobre el destino productivo de las personas que vendían en la zona o sobre los efectos que tenga la reubicación en otros puntos ambulantemente conflictivos de la ciudad. Sin embargo, en una ciudad gobernada por el desorden, la reimplentaciòn no violenta del Estado en el corazón de la ciudad es por sí mismo un acto que sin faltaba desde hace mucho en la Ciudad de México.


Ya sin ambulantes, la mitad oriente del Centro Histórico se ha liberado de su férula de romería para mostrarle a todo su verdadero aspecto, demacrado y lacerado por casi un siglo de abandono. Me atrevo a decir que si el resultado de la intervención del GDF se vuelve estable, habrá grandes planes para la reconstrucción de una parte de la ciudad que a todos se nos olvidó defender. Pero la recuperación y reconstrucción del centro histórico oriente va mucho más allá del salvamento de la más importante zona patrimonial colonial de América Latina, sino que tiene un significado más profundo acerca de la relación entre los espacios públicos y los ciudiadanos que habitamos esta ciudad. Sin duda las fachadas pueden ser remozadas y pintadas, pero debemos reconocer que hoy por hoy, los espacios ganados no sirve para ser má que bodegas de ambulantes. La reubicación de los ambulantes es el primer paso para una reconstrucción gradual para hacer de todo un centro saludable, y no propenso a volver a contraer una enfermedad de abandono y deterioro social. Pero mientras el Centro Histórico siga siendo vulnerable, todos tenemos un compromiso con el centro, con nuestra ciudad y con nosotros mismos para defenderla de cualquier recaída de la infeción.

La recuperación de los espacios públicos no se hace a través de policías, sino a través de los zapatos que caminan en ella. Creo que nuestro deber como habitantes de esta escandalosa y esquizofrénica ciudad para hacerla más habitable, y comenzar a tender puentes en una sociedad cada vez más polarizada es comenzar a reconocer a esa parte oriente del centro como una parte propia. No se trata de convertir a las ferreterías en negocios de platería ni de empujar a gente diferente a volverse a replegar a un frente oriente diferente, sino de reconocer que todos somos diferentes pero podemos disfrutar y convivir en un lugar de fuertes implicaciones simbólicas para todos. Sólo haciendo un acto permanente de presencia conseguiremos defender lo histórica oportunidad de ver el carácter verdaderamente del centro, y exiliar así
el invisible muro de Berlín que se había construido desde el corazón mismo de la Ciudad de México y comenzar una nueva perspectiva para el Centro Histórico, y por sus implicaciones simbólicas, para la ciudad misma.

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