Pensada para personas "hambrientas de tener contacto con la naturaleza", la exposición llega a cuenta de mecenas privados (Televisa y Telmex) unidos felizmente con el Gobierno del Distrito Federal para "democratizar la cultura" en nuestra desigual capital, absorbiendo todos los costos para hacer gratuita la entrada al autodenominado "Museo Nómada", un megalómano receptáculo que alberga fotografías y videos de Gregory Colbert, fotógrafo y políticamente correcto candiense refugiado de los sucios intestinos del documental social en el mucho más apacible -y redituable- mundo de la fotografía ecofílica. La muestra exhibe las "colaboraciones" (sic) de Colbert con más de cuarenta animales retratados con seres humanos en dos pasillos laterales donde se ubican todas las fotografías y que rematan en sendos "haikús fílmicos"(sic), y una enorme nave central donde se proyecta otro largometraje más naturista que Africam Safari.
Cenizas y nieve es un espectáculo bien pensado. Las fotos son irreprochablemente buenas, su composición es linda y varias poseen una poderosa capacidad expresiva que se refuerza por la "experiencia surround" del interior del museo: música étnica, una oscuridad misteriosa, espejos de agua y una nueva estructura construida por Simón Vélez, reconocido en la arquitectura por sus trabajos experimentales con estructuras de bambú, y que reemplaza a la anterior construida por el arquirockstar Shigeru Ban. Aunque los resultados bambusianos son más bien torpes en su exterior, el impresionante interior estilo Tahitiano Segundo Imperio es sin duda bastante notable, haciéndose inmediatamente cómplice de la saturación de sensaciones y referencias bucólico-tropicales que ocurren en el Tikki Room más grande del mundo.
Aunque la disección del Museo Nómada parece arrojar un balance más bien positivo, una vez que se mira el proyecto en conjunto son precisamente sus mismas cualidades aisladas las que derrumban la posibilidad de aceptar la nueva atracción zocaliana como un verdadero museo. La saturación sensorial proveniente del ecosistema Colbertiano acaba creando un embustero marco sensorial dedicado de manera bastante evidente a predisponer, y en cierta medida, drogar las percepciones de sus visitantes a través de una atmósfera "prêt a experiencier", y que no hacen más que desviar la capacidad de centrar laa tención en los contenidos en favor de aprehensiones más superficiales, artificiales, aunque posiblemente más impresionantes, pero que desvalorizan desde el mismo momento al mismo contenido de la exposición en tanto que diluyen en vez de reafirmar una atención serena hacia ellos, haciendo de sus asistentes meros expectadores de un bonito show de luz, visión y sonido.
La piel zen-ecologista-posmoderna del Museo Nómada tiene también ciertas grietas en su argumentación, y sobre las cuales me imagino Colbert y sus secuaces ecochic tendrían muchas dificultades de justificar dificultad, salvo que se introdujera una vez más la tesis del Museo Nómada como un gran espectáculo. Si el objetivo de la exposición objetivo es acercar la convivencia animal a la ciudad, ¿cuál es la justificación de realizar fotografías sin duda bellas, pero que retratan interacciones con animales que en la realidad son totalmente inexistentes, si no imposibles (la niña apoyada en una chita, por su puesto, es el mejor ejemplo de eso) ¿Por qué haber desperdiciado la oportunidad de contar con iluminación natural durante el dia y haber decidido oscurecer deliberadamente el interior en favor de una "mistificación" de los espacios internos de la exposición?
Tal vez la parte más triste de los silencios y errores del museo nómada es la manipulativo aprovechamiento del espectáculo para situar tanto al Distrito Federal como sus mecenas como adalides de la difusión cultural. Aún dejando de lado la cuestión sbre la verdadera valía de la exposición, el formato y perfil de las fotografías las hacen candidatas ideales para su montaje en las rejas de Chapultepec, donde las fotos estarían expuesta de una manera realmente masiva, simbólicamente próximas al zoológico de Chapultepec y sin necesidad de desperdiciar horas en colas provocadas artificalmente por el bombardeo comercial de Televisa, o millones de pesos que podrían haber sido aprovechados en los múltiples y olvidados museos sedentarios del Distrito Federal. Aun previendo obvia la negativa del equipo de marketing de Colbert por esta alternativa que cortaría la redituabilísima autopublicidad que obtiene Colbert de su museo, lo más sorprendente del Museo Nómada es la complicidad de muchos de los actores más importantes de la Ciudad, en seguir comprando espejitos a conquistadores forasteros y después venirnos a venderlo como collares de oro y de plata.
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