El domingo pasado fui a ver Brokeback Mountain. La encuesta que había hecho anteriormente entre gente con gustos mínimamente respetables no arrojó nada conclusivo: algunas lo amaron, a otras personas no le gustaron y otra mencionó que sin el evidente y morboso contenido gay la película hubiera pasado sin pena ni gloria. La audiencia del cine se parecía más a preocopeo-antes-de-ir-al-Living-el-sábado que una humilde función de domingo en la noche por Altavista. No me quiero imaginar como habría estado la función del sábado por la noche.
Curándome en salud de las películas de Hollywood, me senté con pocas expectativas excepto la de deprimirme tan pronto se acabara la película. Fuera de haber conseguido mi propósito, la película rebasó por mucho mis expectativas. Efectivamente, Brokeback Mountain no es más que una bonita historia de amor, pero comunicada de manera tan efectiva que aprehender los sentimientos que envuelven a los personajes es realmente sencillo. Creo que la película logra condensar 20 años de amor entre dos vaqueros de una manera directa, sencilla, sin estereotipos ni juicios, de una manera serena y sin verborrea. Creo que su punto fuerte, es que las intenciones de la peli no van más allá que contar la historia de amor de dos personas a través del tiempo. La película es serena tanto en su historia como en su espacio: la increíble fotografía y paisajes se encargan de poner a la historia en su justa magnitud. No es una historia ejemplar ni trascendente más que para las dos personas ahí involucradas (y algunas que fueron embarradas en el camino). Pero el gran acierto de la película es enfocarse en este nivel personal sin tratar de hiperbolizar la historia, lo cual la hace muy íntima y formidablemente emotiva. La homosexualidad de la película no es un pretexto de marketing, sino un componente medular. Como toda buena historia de amor, su contexto no puede ser separado de su naturaleza. La película no abusa de la homosexualidad ni la utiliza como instrumento de morbo, simplemente, la observa.
La cualidad de Brokeback Mountain es su falta de pretensiones ni manifiestos grandilocuentes. A falta de esto, uno gana en una intimidad y apreciación del amor que la hace ser una pelicula que sin ser un clásico es una gran ejemplo de cómo una historia sin pretensiones y bien contada puede ser mucho más expresiva que películas rebuscadas a la David Lynch.
28 de febrero de 2006
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