22 de febrero de 2007

Una selección de libros, cortesía de Montserrat González

Ese ánimo de hacer listas y jerarquías no sirve en mis ojos más que como instrumento confirmatorio para el lector burgués ávido de certezas y carente de criterio propio. Y la manía clasificatoria, usando como magnetófono a la explosión mediática, deriva en un griterío cuyo volumen va escalando a medida que cada publicista alza la voz para acallar al de enfrente.

Bueno, basta. A fin de cuentas lo que importa es que me la pidieron, que estoy respondiendo y a final de cuentas que estoy intentando volverme un poco más pragmática.

1. Clarice Lispector–Agua viva que se interna en cavidades en la tierra, abriéndose camino hasta la profundidad de la existencia. No hay un hilo, visible o invisible, que una sus reflexiones, etéreas y al tiempo profundamente sensuales. El libro tiene el erotismo de la orquídea. Enrevesado, exótico, firme.

2. Alessandro Baricco deja caer sus palabras como cae la Seda que deja la piel desnuda al descubierto. La forma es fondo y el fondo es forma. Concentra la fuerza del deseo reprimido en una sola caricia semántica.

3. La insoportable levedad del ser – Milan Kundera. La biblia de la conducta social.

4. Kitchen – Banana Yoshimoto. Si fuera japonesa, probablemente no me habría llamado la atención, pero posee ese encanto efímero de lo desconocido.

5. Estas ruinas que ves – Jorge Ibargüengoitia. Si no fuera guanajuatense, probablemente no me habría llamado la atención. Es uno de esos libros geográficos, cuya contextualización es tan importante como la esencia misma del argumento o, más bien, es el argumento mismo. Recordar la constante descripción que hace el autor de las cúpulas contra el azul me causa un dolor casi físico.

6. Mi familia y otros animales – Gerald Durrell. Para carcajearse. Para leer en invierno y sentir que se está de vacaciones. Para pensar y no pensar.

7. Emma – Jane Austen. Vale la pena leer ciertos pasajes aburridísimos, tan sólo para llegar a la escena en la que abre la ventana y le llega la inspiración divina. Sirve para desintoxicarse de las etiquetas costumbristas/feministas que le han puesto a la pobre Austen, y leerla por leerla, sin buscar la trama de Bridget Jones detrás de sus escritos.