Siempre me ha reventado que una monstruópoli como la Ciudad de México tenga síndrome de rancho de hacienda. Evidencia #1: Por aquí sigue siendo regla que además de tener una docena de guarros, las casas de zonas "prestigiosas" (¡ja!) se tapen con una burka de ladrillo y hiedra para protegerlas del fútil, estúpido y peligroso más allá: la calle y todo lo que conlleva. Lo cual me lleva a pensar (con un menor resentimiento social pero mayor asco), en la evidencia #2: la jauría de chilangos pequeñoburgueses que regresan a 24 meses sin intereses fascinados de Nueva York y París y Barcelona y nomás llegan les da el soponcio cuando a alguien se atreve a proponer la mixtificación de uso del suelo en su colonia.
A la Ciudad de México le pasa con la calle lo que al elefante con el ratón. Pero sólo hay que darle a las banquetas una oportunidad para saber que hay más verdad en el coco que en las historias de terror mamadas desde niños por quienes siempre se han transportado en la asepsia del coche desde todos los orígenes y hacia todos los destinos. Con la calle sucede lo mismo que con los tacos al pastor: quien vive esterlizado no tiene anticuerpos necesarios para disfrutarlos, y mucho menos para comprender que a París y Nueva York no las hizo ni LV ni Tiffany sino la gente que va construyendo SU ciudad al caminar EN ellas.
Habitantes incómodos berrea y patalea para meterle a la gente la idea de que las calles pueden ser espacios interesantes, y sobre todo, cómplices y partícipes de un diálogo social que sigue mudo en nuestra ciudad. Las instalaciones de la muestra se interrelacionan, a decir de sus organizadores, en la incomodidad diaria a la que cada chilango está expuesto, porque a su decir, todos somos tanto incomodados como incómodos. Yo creo que es precisamente el espacio público ese pepto bismol que suaviza nuestros potenciales malestares y nos permite desenvolvernos como se nos antoja. La calle es un jarabe que funciona para todos, una membrana que desinflama indignaciones y emputamientos para transformarlos en meros quistecitos de tolerancia. Aunque tal vez es un postura que no se encuentra explícitamente en la muestra, no pude evitar pensarlo como un buen corolario de lo que vi mientras caminaba en ella.
Individualmente la muestra cosas muy interesantes. Metros Lineales (Georgina Bringas), convierte una serie de cuerdas azules en metáfora del agua en un estanque seco. Pero mi favorita sin duda es Final Fantasy (Maurycy Gamulicki), que mas allá del chorito legitimador oficial de su ficha (pues asi es el arte conceptual, ¿no? difuso y variable) me parece una obra de arte óptico increíble, con sus espejos descomponiendo en todo el momento el horizonte , permitiendo una imagen bidimensional pixelosa, y a la vez panóptica, pues la orientación de algunos de los espejos permite observar lo que pasa hacia varios ángulos que no son precisamente los que uno está viendo de frente.
Tal vez lo único chafón de la muestra es que se hizo en....... ¡adiviná dónde! en la Colonia Condesa. Qué flojera. Habiendo tantos espacios interesantes por ahí....Al parecer, la gente creativita ha desarrollado su propia versión de Doctrina Monroe: La Condesa para los Condechi.