9 de diciembre de 2008

Nueva York

Es cierto, Nueva York nunca duerme.

Tal vez por eso siempre esté de mal humor.

Su codicia la hace trabajar horas extra. Sus fiestas la desvelan hasta pasada la madrugada. Sus remordimientos le exigen quedarse despierta y matar el tiempo viendo todos los días la división de sus súbditos en bridge-and-tunnelers abandonando la isla con las miradas pérdidas después de haber trabajado en las minas de dólares de Manhattan, y happy few que se engañan creyendo ser protagonistas en un guión que sólo le pertenece a la aplastante, insaciable y sobrehumana Nueva York.

Nueva York es evidentemente una emprendedora, una self-made city. A diferencia de muchas ciudades AAA que crecieron sanas y fuertes gracias a las vitaminas del poder, Manhattan fue por mucho tiempo pebleya antes de covertirse en imperial, en una hipérbole del deseo. Que a Nueva York se le tilde de Gran Manzana no es ninguna coincidencia. Puede no tener los encantos de seducción de París o la genialidad de Londres, pero sabe acariciar la ambición de los humanos. Y eso la hace ser el más poderoso objeto del deseo que jamás haya existido. Egoísta en extremo, Nueva York no trata de satisfacer a nadie. Y todos tratan de satisfacer a Nueva York.

Pero siempre hay que sacrificarse para convertirse en el ombligo del mundo. Nueva York decidió matarse como ciudad para renacer como concepto autoreferenciado, alcanzar proporciones sobrehumanas y cubrirse de sombras metálicas y sombreros en forma de aguja. Sólo así logró volverse una ciudad de ciudades, una brújula para ricos y pobres, artistas y financieros, latinos y musulmanes, terroristas y activistas.

Pero la pócima que tomó para convertirse en Gran Manzana no logró exiliar a todos los neoyorquinos resistentes de su metamorfosis. Gracias a Jane Jacobs y miles de neoyorquinos, por algunas cuadras la ciudad de Nueva York se olvida de ser Gran Manzana y descansa infantil en los terrenos de Greenwhich, el Bowery y el Village, donde vuelve a tomar forma y voz de ciudad, dejando de lado por unos cientos de metros su agotante oficio de ser Referencia de tiempo completo.

Y al cederle un lugar a los añorantes de una Nueva York tersa, la Urbe de Hierro consiguió finalmente ser una gran manzana roja para todos los ojos.

Tal vez por eso le perdonemos tantas cosas.






















1 comentario:

Carina Alfonso dijo...

fantástica y poética descripción.

increíbles fotos.

gracias por hacerme viajar a ny una vez más, y darme cuenta por que me gusta tanto y no.