4 de enero de 2007

El futuro que nos prometieron



I don't really like living in the future. There's no flying cars. There's no time machines, unless you count the degrading sack of pimply skin and burst corpuscles in which I currently creep forward in time day by tedious, uneventful day. And you can forget about Marilyn Monrobots [...]

Living in the future sucks.



(de la revista Wired sobre la exposición en línea "The future we were promised" sobre las ilustraciones de Arthur Radebaugh, en
www.palaceofculture.org )



Y efectivamente, es fácil ponerse a pensar después de ver aquellos dibujos megalómanos, insumisos y derrochantes de autoestima. Así era vivir el futuro en los treinta: excitante, impaciente, mítico. Como la llegada del nuevo mesías: aunque el mundo estuviera partido en dos y las bombas nucleares pulularan por la Tierra, era sólo cuestión de esperar sentado en el patio de la casa para ver cómo la vida se iba pareciendo a un cómic de los buenos.

Para alguien en el 2006 es imposible pensar en ese Greater Future sin sentirse como cualquier señora de mercado que se creyó lo del Ungüento Milagroso y acabo teniendo un ataque de alergia. Después de cincuenta años, nuestro presente ha sido la cara desfigurada de aquel grandilocuente futuro con el que soñaban nuestros abuelos. Ese futuro imaginario que añoramos y que nunca pasará.

Realmente no creo que nadie esté triste por no tener a cochecitos flotantes ni a los carteros con propulsores. Al final, estoy muy a gusto con tener mi Internet y mi My Space y mi Ipod y todas las necesidades inútiles que se han venido descubriendo. Y sin embargo, no puedo dejar de pensar que la humanidad se siente con el año 2000 un poco con lo que pasa cuando vas de excursión a Tula: estás mucho más excitado 40 kilómetros antes de que llegues que cuando estas allí.

La felicidad de los cincuenta era causada obviamente por el fin de la guerra, pero también por lo que venía. Un poco como si la marea del presente hubiera dejado virtualmente sus aguas hasta el fin de su siglo. El día de hoy dsfrazamos de estúpido Carpe Diem nuestra incapacidad para encotrarnos en un horizonte colectivo o individual que nos permita volvernos a colocar en una dimensión temporal. Como padres decepcionados, nos vemos obligados a reconocer conque el futuro de los cincuenta se transformó en un siglo XXI mediocre, bodoque, un vagabundo por desidia y no por deseo, incapaz de imaginarse un destino que no sea el de ser lacayo de su propio presente. El Greater Future , la última Última Frontera, ha dejado de existir.


En la mitad del siglo XX el mundo ya estaba colonizado y desvirgado, pero todavía tenía al Futuro como Última Frontera, que consumía todas nuestras imaginaciones y deseos. Y hoy resulta ser que el rockero más independiente y alternativo acaba paréciéndose cada vez más a Velvet Underground. Los Minis y PT Cruisers son como fantasmas de los sesenta burlándose de los inmensos puentes que ahora recorren. Nuestros fashion victims son museos de la moda andantes, y de repente hemos sentido un súbito renacer de un gusto por Verner Panton y muebles sesenteros.Incluso la voraz Hollywood parece haberse quedado sin ideas y depender cada vez más de remakes para seguir produciendo sandeces visuales en su máxima capacidad industrial. Pobre cultura pop de principios del siglo, usando signos de tiempos pasados, totalmente descontextualizados, creyendo que se tiñe de tradición cuando lo único que deja ver es su grotezca idiotez.

Cuando uno deja de crear, deja de creer en las bondades del mañana. ¿Y quién querría ser amigo del mañana cuando te empieza a rayar tu cara de arrugas?

Nuestro cambio de parecer respecto al futuro es tan obvia que no requeriría más explicaciones. En los 50, las amas de casas tenían secadoras, y unas enormes computadoras llenas de bulbos resolvían en los grandes cines los complicados problemas del gobierno. Robotina cuidaba de Lucero y a Cometín. Arthur Radebaugh colocaba sus dibujos en portadas de automóviles. Star Trek en todas sus versiones se volvía una época de culto, con klingons y uniformes pegaditos y vulcanos fruncidos, y todo era nuevo y avanzado y casi heroico.

Despues vinieron los ochenta, y con ella la Guerra de las Galaxias. Pero también llegó Blade Runner. Y de ahí para adelante. La trilogía de la Matriz, V de Venganza, Niños del Hombre. Un mundo asqueroso, enano, sórdido, y en el mejor de los casos, horriblemente parecido a la realidad que nos circunda en estos años. Voilà el sueño que acabó convirtiéndose en nuestra pesadilla.

Algo pasó desde los ochenta, y a pesar de que hoy somos más ricos y al fin de la Guerra Fría y a los incrementos en educación y en más y mejores canales comunicantes, estamos rodeados de mediocridad y autocomplacencia.

Desconfiamos del futuro porque desconfiamos de nosotros mismos. Nustro futuro es negro porque hemos llegado a un punto en que ya no podemos creer algo bueno de la humanidad.

En vez de el futuro prometido, tenemos el realismo estéril de la posmodernidad.